domingo, 6 de mayo de 2012

La niña del pelo raro

"Así es como los publicistas afrontan sus retos: uno acepta lo que es indudablemente cierto, todo aquello que no se puede evitar que la gente quiera que sea como es; se acepta sin más. Entonces uno levanta el brazo de su creatividad y clava una enorme cuña engrasada, tan dura como sea posible, en cualquier punto que esté abierto a interpretación. Se interpreta, pelea, canta, susurra y se dedica a clavar la cuña más y más adentro en la pulpa, donde está el meollo, donde la gente se siente sola, donde se cubre los genitales, donde abraza su propia sombra y donde se hallan sus anhelos más acuciantes."
David Foster Wallace, La niña del pelo raro, 1989
El autor de la Broma Infinita era un genio capaz de manipular las historias para pasar de lo más cotidiano y simplista a lo más profundo y existencialista. Uno de los representantes de la auto-proclamada Nueva Literatura en Estados Unidos, que se suicidó en la segunda parte de la década de los 2000 por culpa de la melancolía que residía en su cuerpo. Eso, y los fármacos.
El relato en el que aparece este fragmento se centra en la historia de un publicitario que intenta organizar una convención de extras de anuncios de McDonald’s para crear el anuncio de McDonald’s definitivo. En general, la historia se centra en el cabreo permanente del personaje y su forma inquisidora de ver la vida, con una postura pasiva hacia todas las cosas excepto con aquellas que tocan la publicidad. Para entender un poco la tesitura en que escribe Foster Wallace tenemos que remontarnos al período comprendido entre principios de los años 60 y finales de los 80, en que la publicidad empieza a convertirse en uno de los motores del capitalismo, ejerciendo como lubricante del consumo del nuevo mundo, un mundo en que la propaganda y toda la maquinaria ideológica de los dos grandes bloques mundiales ponen el punto de mira al otro lado del telón.
La presión ideológica que ejerce la publicidad y sus formas de llegar al individuo son consideradas como abusivas e invasivas a la subjetividad por Foster Wallace, es por ello que en la mayoría de sus obras los principales elementos en el punto de mira son los medios de comunicación, especialmente la televisión, por considerar que la caja tonta está mediatizando las relaciones humanas, convirtiéndolo todo en un Late Night con David Letterman. De ahí nace su ímpetu por ambientar sus historias entre las bambalinas de un programa de televisión, en una productora y, en general, detrás de las risas.
Los libros de Foster Wallace nos hacen reflexionar sobre el alcance de la publicidad, el mercenario del capitalismo, y su influencia en nuestra idiosincrasia y el código de valores que nos mueve, hasta dónde llegan sus límites y su condicionamiento de nuestras vidas. ¿Será la publicidad la Parca postmoderna que teje el destino de los mortales en su hilo de fibra óptica?

Espresso Panna

No hay comentarios:

Publicar un comentario